- ¿Me permites sorprenderte hoy?, dijo mientras me miraba sonriente... 
Tenía un rostro tan hermoso..., o, al menos, eso es lo que yo concebía por belleza. De tan lindo, de tan perfecto, pareciera casi frágil y pudiera romperse cual "bibelot".


Me quedé embelesada, sin poder pronunciar palabra, como si sus grandes ojos azules profundos, más intensos aún a la luz de aquel día espléndido, tuvieran el poder de tomarme para no regresarme jamás. 

- No me has respondido aún... ¿Me dejas sorprenderte?, sonrió dulcemente, mientras se pronunciaba aún más si cabe el hoyuelo de su barbilla y sus ojos esta vez esquivaban los míos, buscando el suelo.

Pensé que, ciertamente, por mi carácter explosivo y espontáneo y lo mucho de su dulce personalidad, en una gran parte de las ocasiones tal vez fuera yo la que había estado llevando la batuta... 

- Sí, claro, por favor, sorpréndeme.  Hoy quiero dejarme sorprender... 

Ese día podía tomarme al mismo fin del mundo que sería lo de menos. Ya me había tomado de la mano... Peor... Ya estaba bajo el hechizo de su profunda mirada azul... como el primer día, como desde el primer día, del que nunca me desperté y sabía muy bien no me despertaría jamás...

Y de la mano caminamos a lo largo del litoral sur francés hasta llegar a un puertito que cobijaba una pequeña playa y muchos barquillos multicolor.  

El olor a pintura recién dada también impregnaba el ambiente.

- Los pescadores suelen pintar aquí sus barquitos. ¿Te gusta el lugar? De pequeño solía venir mucho aquí y quería traerte... 

Sonreí mostrando clara complacencia. Me gustaba todo... Me gustaba él... A su lado me gustaba hasta el olor a pintura recién dada... Esta vez era yo la que lo decía todo con la mirada... 




















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