El Domingo para mí siempre equivalentó, entre otras cosas, a mercadillo. Crecí en la isla de La Palma, Canarias, donde, cuando el fin de semana llega, son muchos los mercadillos o rastros que se despliegan a lo largo de la geografía palmera. Y crecí también en el regazo de una madre que adoraba, fin de semana sí y otro también, "irse de mercadillo" con sus niños.


Quizá por eso, porque me hice mujer en ese ambiente, o por constituir un motor dinamizador de la familia, es que me apasiona tanto proseguir con esta tradición.

Y me gusta..., me gusta el antes de..., decir a mi niña que nos vamos de mercadillo y escuchar sus gritos de alborozo mientras se viste y va a por su monedero con el dinerito que había ahorrado a lo largo de la semana; o el camino de su mano, envueltas en la incertidumbre de no saber con qué nos vamos a encontrar.

¿Daremos esta vez con una ganga o la fortuna nos sonreirá y sabré captar la joya vintage entre tanta chatarra? Cuando se va de mercadillo, cualquier cosa puede ocurrir y quizá eso es también lo que lo hace tan atractivo a mis ojos.

Y me gusta el durante de..., mezclarme con los lugareños y perderme en la algarabía de sus gentes; sentir su calor y llenarme de su vida; buscar ese objeto que estaba predestinado para mí y encontrarlo; y luchar por él para posteriormente regresar a casa, helado en mano, con la satisfacción de haberlo logrado.

Y me gusta el después de..., llegar a casa cansados y hambrientos, sabiendo que un buen almuerzo propio de la zona nos reconfortará; refrescarme...; y, finalmente, en la paz de la tarde, regocijarme en el placer de observar lo adquirido, la alegría de saberlo frente a mí.

Seguramente, a la hora de viajar, esta afición me lleva a decantarme por destinos propios de esta cultura; destinos tales como países orientales, del Norte de África, Turquía, Grecia o, por qué no, las Islas Afortunadas.

China no iba a ser una excepción. Esperaba el momento de visitar uno de sus mercadillos, desaparecer, como por arte de magia, entre sus puestos, adquirir unos kimonos que sabía llevaría en las excursiones planeadas, y sombrillas de ésas en seda que usan allá, y sombreros en bambú, y tantas otras cosas... Mi lista parecía no tenía fin.

Me perdí en el caos de la muchedumbre del Panjiayuan Antique Market... Me fascinaba..., la idea de saberme en el caos. 

Y a modo de colofón a un día perfecto, la suerte se posicionaba de mi lado nuevamente y, además de lo soñado, regresé al hotel con dos muñecas chinas antiguas que pasarían a formar parte de mi colección; el souvenir perfecto de un viaje sin igual.

Un abrazo en la distancia...




















Blusa y Pantalón Corto: Zara
Botas: Nando Muzi
Bolso: Promod
Complementos: Colección Personal