Estimados lectores,

La experiencia de este fin de semana resultó de ésas que, aún sin haberse planeado con antelación, se torna en un momento de los que se quedan grabados en el interior de uno. 

Comenzaba el día en Knokke con un sol de justicia y, sin embargo, al caer la tarde, como sin previo aviso, el cielo nos mostró su peor cara en forma de tormenta de verano.

De ahí que haya decidido sacar dos posts, porque nada tiene que ver lo acontecido en la mañana con lo de la noche. 

Y digo bien... Pasé el día completo allí, en aquella playa. Isleña hasta la médula, me fascina el mar y necesitaba desconectar, visitar el mar, cargar mis pulmones de brisa salada a golpe de orilla...

Una vez allí, caminé y caminé. Podía pasar las horas así, caminando, con la mirada perdida en el horizonte mientras me dejo agasajar por el murmullo de la mar... Poco me importaba las heridas que las conchas me habían ocasionado en los pies.

Y, como adelantaba, de repente, el cielo nos cerraba sus puertas y el sol, a duras penas, lograba traspasarlo. Ante la certeza de que se avecinaba una gran tormenta, eché a correr. Tenía miedo... 

Y, corriendo..., miré atrás y vi una estampa que nunca había gozado. Era el mar batiéndose contra una incipiente tormenta y, en medio de ello, el sol buscando hacerse paso en su máxima expresión. Era el momento de la puesta de sol...

No podía irme ahora. Regresé. Me senté en la arena y me quedé... Era maravilloso... Y maravillosos sus colores entre grisáceos y pasteles. De ahí estas fotografías. 

Un abrazo en la distancia...


















Chaqueta y vestido: Coolcat
Pañuelo: Zara
Gafas de sol: Komono
Pulseras: Pandora