Cuando Mao Zedong decidió enviar a las montañas chinas a unos cuantos jóvenes en el contexto del proceso de reeducación implantado por el régimen comunista, poco podía imaginar que, años más tarde, uno de ellos, convertido en escritor y que llevaba por nombre Dai Sijie, publicaría un libro autobiográfico, Balzac y la joven costurera china, que no sólo lo catalputaría a la cima de otra montaña mucho más alta, sino que narraría la experiencia allí vivida. 

Dai, tal vez en su única intención de hacer público lo que para el resto del mundo permanecía desconocido, lograba también despertar la curiosidad por el mundo chino, su cultura, historia, sus colores y paisajes...

Y poco podía imaginar Mao que, años después, un profesor de Redacción Periodística conocido como Sorela pediría a sus alumnos ver la película resultante de esta obra y dedicaría algunas clases al estudio de la misma, de su autor y lo que éste tenía por contarnos.

Quizá Sorela pretendía hacer con nosotros lo que aquellos adolescentes con la pequeña costurera china en la historia; esto es, mediante la lectura de autores como Balzac, Stendhal o Dumas o, por qué no, Dai Sijie, "agudizarnos la mirada", "afilarnos la capacidad de percepción" y, como consecuencia, hacer de nosotros hombres libres auténticos merecedores del título de "periodistas".

Entre esos jóvenes a los que Sijie presentaba el mundo chino me encontraba yo... Y, en mi recuerdo, por siempre, permanecía la clase magistral del maestro Sorela.

Y, por esas ironías de la vida, a mi regreso del país asiático y de unas montañas en las que la Muralla China serpentea cual cobra hambrienta, me entero de la muerte del maestro Sorela.

Ya mi artículo sobre la Gran Muralla no tenía sentido... ¿Para qué? Un artículo en el que hablara de una antigua fortificación china construida y reconstruida entre el siglo V a.C. y el siglo XVI, con la finalidad de proteger la frontera norte del Imperio Chino durante las sucesivas dinastías imperiales de los ataques de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria.  

No podía sino, desde estas humildes líneas y muy a riesgo de que el Profesor Sorela, desde lo alto, no quedara satisfecho (siempre, siempre exigía la excelencia), brindarle mi más sincero homenaje. 

¡Va por ti, Maestro! Para siempre, en mi recuerdo...

Descansa en Paz.





















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