En el Beverly Hills de Francia...

- Mamá, ¡esto se parece a Beverly Hills!, fue la primera reacción que tuvo mi hija al ver el lugar por el que nos habíamos decantado esta vez.

- ¿Y tú cómo sabes sobre la existencia de Beverly Hills?, le dije yo sonriendo mientras la miraba y un sentimiento de orgullo inundaba mi interior.

- ¡Pues claro que conozco Beverly Hills! ¡Ya tengo nueve años y, a estas alturas, he visto casi todas las películas de Barbie!

Continué mirándola...

Edén pertenecía ya no sólo a una generación bien diferente a la mía, sino que, por circunstancias de la vida, estaba creciendo con un background que en nada se podía comparar a lo que mis padres, a pesar del esfuerzo infinito, me habían brindado.

A su corta edad, había viajado por toda Europa y comenzaba a conocer América, en avión, tren, barco o cualquier medio que se prestase; y los seis idiomas que hablaba sabía algún día iban a ser la llave que le permitiría seguir explorando el mundo.

Y tenía razón... Por un día nos sentimos en Beverly Hills, rodeadas por el mar, el sol, palmeras, pero, a su vez, por sus edificios de fachadas majestuosas y el lujo presente en cada uno de sus escaparates. Y, como en Beverly Hills, también resultó sencillo toparse con personas conocidas, escritores, periodistas o personajes del mundo del corazón.

Aquella vez, ya no como en Beverly Hills, sino como siempre había hecho en mi isla de La Palma, después de una larga caminata a lo largo de la costa sur francesa, no me importó acabar en "la mar" y sacarme los zapatos para dejar que el agua "salá" refrescara mis ya maltratados pies. No podía dar un paso más... Sentada, me bastaba con verla tirar piedrecitas a lo lejos... Y que el sol nos sorprendiera con su despedida... allí...

Pues, por mucho que el tiempo hubiera pasado por mí, por mi vida, o a la inversa, que la vida hubiera pasado por mí, yo seguía siendo la misma de antaño...

Un abrazo en la distancia...