Aquel día salíamos para Isla de Lobos muy temprano por la mañana. Había planeado esa excursión hacía meses. Había planeado, no. Había soñado con esa excursión... Quizá por tratarse esta vez de un islote perdido con el atractivo que eso conlleva, o porque, en el fondo, me podía la curiosidad de conocer un lugar más de la tierra que provengo...

Había hablado de esa excursión con mi niña a lo largo de todo el curso. Me encantaba en las mañanas, mientras la preparaba para ir al colegio, contarle peripecias sobre lo que sería nuestra experiencia en Lobos. Tanto es así que se podía considerar que mi niña iba al colegio siempre con el bello pensamiento en cabeza de que un día no lejano iría a Isla de Lobos a vivir todas esas cosas que mamá le prometía. 

Y el día por fin llegó.


Un barquito nos llevó y dejó allí, no sin que antes supiéramos que vendrían a buscarnos al anochecer. 

- Al tratarse de un lugar protegido, no se puede pernoctar.  - Nos informaron.

No importaba... Teníamos horas suficientes para empaparnos de Lobos; y jugar...

Jugué como una niña más. Me revolqué entre arena y algas.  Disfruté de su puesta de sol sentada en algún lugar entre piedras, musgos y caracolas. Poco me importó que el bañador fuera blanco y lo mucho que se mancharía.

Lobos..., isla volcánica de laderas de granzón y reflejos de sol en sus aguas cristalinas multicolor. Allí estaba yo con mi niña y pude experimentar el placer inmenso de verla jugar frente a mí, mientras la paz de un lugar perdido como Lobos me abrazaba. Todo había merecido la pena...

Un abrazo en la distancia...











































Bañador: Zara
Sombrero: Stradivarius
Total look: Calzedonia
Camisa: Benetton
Zapatos: Calzados Diez, Madrid