A veces, simplemente basta con acercarse al rinconcito más próximo para vivir un momento inolvidable. Aquel rinconcito, el de toda la vida, el que te vio crecer, caerte dando los primeros pasos, reír unas veces mientras jugabas o soñar otras tantas; aprender... a compartir, a nadar... y hasta a llorar cuando te tocaba partir y tu mirada se perdía en el horizonte, en el escenario que quedaba ya atrás, con una tristeza infinita, como si fuera la última vez, como si realmente no supieras que habría un mañana y que regresarías, allí, a tu rinconcito.
A veces, sencillamente, basta con lo cotidiano. Aquéllo..., aquéllo que pasaba inadvertido y que, sin saberlo, te aportaba ya lo esencial de la vida traducido en colores, sonidos, sensaciones...
A veces, mi Amor, a veces bastamos sólo tú y yo...
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