Uno de mis lugares favoritos para perderme entre callejones, tiendas y bares en los que poder tomar un buen café y descansar un poco antes de seguir perdiéndome es, sin duda, Santa Cruz de La Palma, ciudad de la que, además, provengo.
No sé qué encanto guarda que, a pesar de haber viajado como pocos lo han hecho, siempre quiero regresar para volver a poner en práctica mi ritual.

Y no sé si en ello tendrá que ver el sentimiento de nostalgia, de pertenencia a un sitio, en un alarde de engañar al corazón y sentir que nunca me llegué a ir del todo, o el hecho de que Santa Cruz de La Palma presume con orgullo de contar con un centro histórico que no deja indiferente al viandante.
Y es que no hay que olvidar que esta espectacular colección de monumentos es el mejor ejemplo de conjunto renacentista de las Islas Canarias y un libro que nos cuenta, de manera excepcional, las transformaciones que los diversos estilos artísticos y arquitectónicos sufrieron al toparse con la realidad canaria allá por el siglo XV. Iglesias, antiguos palacios, fortificaciones y el propio trazado urbano nos hablan de un pasado rico y fecundo vinculado a la tradición comercial e ilustrada del que fue el segundo de los puertos más importantes del imperio español.
Al terminar mi jornada, aquél que quiera encontrarme siempre pero siempre lo podrá hacer en la Avenida Marítima, llenándome de un poco de Atlántico, porque, queridos lectores, Santa Cruz de La Palma es una ciudad que mira al mar o, mejor dicho, al Océano Atlántico. Éste fue un océano que, para bien, permitió a los palmeros comerciar con medio mundo y cimentar su liderazgo comercial y cultural en Canarias y, para mal, facilitó la llegada de piratas como el famoso Pata de Palo, que saqueó el lugar en 1553.
En las imágenes y de fondo, un entorno muy recurrente de la capital palmera: el de sus casas multicolores y de balcones de madera. Aunque ahora son parte de la cara marítima, estos balcones se construyeron en las fachadas traseras de las casas que abrían sus partes ‘nobles’ a la actual calle Pérez de Brito. Los vistosos miradores se construyeron para otear el mar y los almacenes abiertos en la planta baja comunicaban directamente con la playa donde se descargaban y cargaban las mercancías y se celebraban los acuerdos comerciales.
Santa Cruz de La Palma, ciudad con embrujo que siempre guardará un rincón con el que sorprenderme…