Estimados lectores:

Si alguien me hubiera dicho en el pasado que un día recibiría el año desayunando en un carrusel del siglo XVIII, no lo creería. 

Como dice la canción, sorpresas te da la vida...
Estas Navidades, no sólo tuve la fortuna de festejarlas en la Costa Azul, sino que, como ya les adelanté en el artículo anterior, me hospedé en el Hotel Le Negresco.

Una de sus principales atracciones es el majestuoso desayuno que se organiza para comenzar el año en su espacio La Rotonde, un carrusel del siglo XVIII dedicado sólo y exclusivamente para tal fin.

Sí, han entendido bien... En el Hotel Le Negresco se acondiciona un carrusel de los de antaño para degustar el buffet de Año Nuevo.

Y si bien éste es un detalle a tener en cuenta, en lo que a mí respecta, no deja de ser eso, un mero detalle, pues, para los que contamos con la suerte de visitar dicho lugar en tan señalada fecha, lo que realmente nos lleva allí es el poder decir que estuvimos allí, en ese carrusel, comenzando el año entre caballitos de madera de época napoleónica, con su colorido en tonos pasteles, rosas, azules y amarillos en su mantelería; y la vista fija en el mar, a tan sólo unos metros, mientras sueñas con épocas ya lejanas... 

Y allí, en mi rinconcito, me dejé llevar por la imaginación... tratando de adivinar cuántos niños, con sus atuendos en encaje y no sé si piruleta en mano o no, se habrían subido allí...

No importaba ya... Lo que importaba es que ahora era mi hija la que jugaba entre esos caballitos mientras yo la observaba cansada por el réveillon pasado y un sentimiento de quietud se apoderaba de mi alma.

Un abrazo en la distancia...