Besos...
Besos de enamorados, entre hermanos; besos de una madre, un amigo o simplemente de una persona a la que dejamos de ver hace mucho tiempo.
Abrazos...
Abrazos de despedida, de reencuentro; abrazos sinceros, con pasión o de pena por no haber absorbido hasta el último segundo junto a esa persona. 
En el aeropuerto, en la estación de tren; en el andén, la salida o cualquier rincón que se preste lejos del bullicio.


Toda ciudad que se precie cuenta con una estación por la que transitar en nuestro día a día; medio dormidos, café, bolso y periódico en mano, dispuestos a comenzar la rutina diaria. Y resulta sorprendente coincidir en el vagón con las mismas caras. Mismas caras, misma rutina pero diferentes historias. 

Historias que, incluso, en algún punto, pueden llegar a entrelazarse, a confluir. O, al menos, en esas mañanas de rutina compartida. 

O estación en la que cualquier de sus rincones es apropiado para dejarse llevar y que fluyan los sentimientos.

Y la Gare de Luxemburgo no es una excepción. Situada en pleno centro de Luxemburgo y uno de los puntos de conexión más relevantes en Europa, por ella circulan a diario miles de almas en busca de un no sé qué... 

En mi caso, enfundada en un vestido setentero muy de tendencia, por la vivacidad de sus colores, a rayas, con vuelo casi único y acompañado de un bolso indio que aportaría el adorno necesario, en busca de un momento de felicidad...